recuerdos

Todo lo aquí expuesto, son los recuerdos vistos con ojos de la infancia. Las imágenes son solo ilustrativas, salvo las que lleven algún tipo de especificación. Deseo que este blog, sirva para evocar también vuestros recuerdos... si así fuera, dejen su comentario y compartámoslo. Gracias.

apuntes 6



Hola! qué días tan ajetreados, ¿verdad?
Estaba pensando que cosa podría regalarles de todo corazón y desde la distancia... y entonces recordé, una receta de jabón de navidad, la abuela hacía una, que regalaba a la medianoche del 24 de diciembre, una costumbre que las tías esperaban, pues era un jabón increíblemente aromático, en épocas, allá por los 50 y tantos en que el jabón no era asociado al perfume.
Busqué esa vieja receta en sus cuadernos, y todo un mundo de ensueño vino a mi mente (y anidó de paso en mi corazón) Pensaba hacer una siestita, aprovechando que la casa está silenciosa y oscurita, acá es verano, y ya hace demasiado calor. En fin, abrí el baúl y me topé con una bola del arbolito, de esas de antes, de vidrio muy finito, sobreviviente del viejo arbolote de navidad de mis abuelos. Y aquí mis recuerdos...
Ya desde el 8 de diciembre, la casa de mis abuelos se "trastornaba". Era el día de trapear, pasar escobas y plumeros por todos los rincones, mientras escuchábamos el estruendoso "Westinghouse" del abuelo, un viejo radio fonógrafo.
Cada año, ese día desde muy temprano, mi abuela trepaba a una escalerilla, hasta el altillo (otro habitáculo que me sorprendía e intimidaba a veces) bajaba entonces con sumo cuidado, una, para mi, enorme caja blanca, además de otros trastos que sacudíamos y volvíamos a poner en su sitio.
Pero esa caja, se quedaba abajo. Era colocada sobre la gran mesa del comedor, y los abuelos y mi tía menor, la rodeábamos en silencio, un largo rato, era el ritual pagano más religioso que se puede imaginar. Yo era pequeñita, y miraba los rostros de todos, complacientes, felices, dispuestos al gran acontecimiento que se avecinaba.
Entonces, despacito, los honores los hacía el abuelo, abría la caja, ¡y yo sentía latir mi corazón tan fuerte!
La abuela ahora rápidamente, traía un mantel tejido, lo estiraba, y para mi era como la capa de un duende, porque veía salir destellos de todos los colores, en las manos de mis abuelos y de mi tía. Pronto las bombillas del arbolito, grandísimas, brillantes, estaban sobre la mesa, junto con metros de luces doradas y rojas. Amí se me permitía solamente tocar algunas, porque eran tan frágiles y yo tan pequeñita...
El rincón del arbolito de navidad, había sido acondicionado para la ocasión, era especial, alli el techo era considerablemente más alto. Claro, mi padre me contó que el día que el abuelo trajo aquel árbol, cuyas ramas eran de pluma teñidas de verde, que le daban un realismo maravilloso, fue todo un desafío "edilicio".
El árbol en cuestión, medía 3 metros de altura (¿qué por qué tan grande hombre? gritaba la abuela)
El árbol viajó quién sabe desde dónde, sobre el techo del auto del abuelo, envuelto en papel marrón, era algo impresionante. Lo depositaron en la galería, y todos, deliberaban sobre los por qué, los cuándo, y por sobre todo, deliberaban sobre los "¿cómo?
Así que la abuela, tomó la decisión drástica, entró a su cocina, salió con una enorme cuchilla, y dijo tranquilamente: "hay que cortarlo".
Y así fue, dice mi padre, lo cortaron a la mitad, y a partir de allí, cada año, debía ser colocado en aquel rincón, unido una vez más en todas sus tres metros de altura...

Volviendo a la mesa con los adornos de navidad. La estrella, roja y blanca, subía junto a mi abuelo por la escalerilla, hasta la punta del árbol, a partir de allí, la tía, la abuela y yo, nos hacíamos cargo de todo lo demás, hasta que el árbol quedaba bien lleno, rebosante de adornos, color, brillo, entonces, yo ayudaba a preparar la nieve.
Bolsas de algodón eran abiertas, hacíamos tiras con él y lo colocábamos sobre cada rama, simulando a la perfección, la nieve que reposa sobre los pinos.
Al final, la abuela se alejaba un poco, y miraba, después de varios retoques, llamaba al abuelo, él instalaba el complicado sistema de luces...
Para entonces, la tía había guardado todo silenciosamente, también silenciosamente, preparaba la mesa para el almuerzo un poco tardío.
Era el momento de la oración.
Bueno, pero yo quería darles la receta del jabón...
Aquí va, no les dije que su ingrediente principal es, el sebo, grasa vacuna.

800 grs. sebo de vaca
800 cc agua de lluvia
112 grs. soda cáustica
80 grs. sal común.

2 cucharadas de cacao amargo en polvo.
2 cucharadas de ac. de almendras dulces
10 gotas de esencia de vainilla.
Una rama de vainilla machacada finamente.

Se hace el jabón, proceso en frío, pero como lo hacía la abuela, usando el agua caliente. Al final, en la traza se le agrega el cacao previamente mezclado con el ac. de almendras dulces, se mezcla muy bien, se le echan las gotas y la rama machacada de vainilla.
Y al molde. La abuela lo hacía con tres meses de anticipación, yo lo he hecho, y les aseguro que pasan los días y el jabón es más oloroso. Buena espuma y bueno para la piel.

apuntes parte 5


Y yo ahora miro la lluvia golpeando el cristal de las ventanas, mientras mecánicamente machaco, en el viejo mortero de piedra, pellejos de cáscaras de nuez y me miro los dedos manchados.

Tres tazones de aceite de oliva (equivale a 1 litro)
Tres tazones de agua de lluvia
140 gramos de soda cáustica
Dos cucharadas de extracto de nogal (el que hacía la abuela, era al vapor, que mezclaba luego con aceite caliente y dejaba estacionar)
Dos cucharadas de aceite de almendras.

Mientras revolvía el agua caliente con la soda cáustica (esto lo hacía en la galería, mientras cantaba canciones sobre una guerra, hablaban de una novia que muere de tristeza creyendo a su amado muerto en la batalla, él ruega un permiso que le niegan y cuando vuelve ella ya hace tiempo fue enterrada. Muchos años después supe, por qué la abuela canturreaba esas canciones tan tristes, cuando hacía jabón.
Durante más de una hora, daba vueltas y vueltas dentro de la olla, con una hermosa cuchara de madera de higuera, ella misma la fabricó con una rama del árbol. (Aún la guardo, como uno de los tesoros más preciados)
Las cáscaras que machaqué, estaban casi deshechas, entonces la abuela me hace una seña, sin dejar de cantar. Yo ya sabía lo que debía hacer.

Busqué las ollitas de acero, a la primera le puse agua, dentro una piedra y sobre la piedra la otra ollita. Esparcí los pellejitos de nuez dentro del agua, y salí a la galería, ya estaba encendida la cocina a leña. Otra seña de la abuela y encontré el hielo.

Seguí las indicaciones del cuaderno...

“...una vez que el agua comienza a hervir, coloco la tapa encima pero al revés, le he echado los trozos de hielo a la tapa. Espero, cuando se derriten, vacío y otra vez que le he echado más hielo, así una hora..."

Esto es un proceso muy simple. El agua donde están las cáscaras de nuez, al hervir suelta junto con el vapor sus aceites y propiedades, este vapor llega hasta la tapa, y al chocar contra su superficie helada, se condensa y cae dentro de la segunda ollita, al cabo de una o dos horas, hemos juntado una buena cantidad de lo que mi abuela llamaba extracto. Lo preparaba luego en aceite de almendras caliente y al cabo de unos días, lo envasaba.

Cuando terminé, la abuela ya estaba preparando un molde de madera, era un cajón, muy lustrado y cuyo olor tan particular no lo he encontrado en ningún otro objeto que no sea mi viejo baúl.
Con el cabello alborotado luego de quitarse el pañuelo, rápidamente colocaba trapos sobre la mesa, en el caforchi ya los aromas se habían impregnado en todos los rincones. Con cuidado, preparamos el molde, dentro también colocamos un lienzo. Trajimos la olla de barro, que contenía una pasta muy blanca y cremosa. Ya estaba con una buena traza, así que la abuela, tomó un pequeño frasquito color ámbar de una caja de latón, y lo abrió, primero lo olió largo rato... así era ella, en ese lugar trabajaba sin prisas, después de aprobar con un fruncimiento de nariz (graciosamente respingona), midió una cucharada de alpaca, luego dos, las echaba en un pequeño medidor de cristal, una especie de vasija en miniatura, luego, segura y satisfecha, cuchara de madera en mano, me miraba y solemnemente me pedía que vuelque yo, el extracto a la olla. Mientras ella mezclaba todo. Repetía la operación, esta vez, con el aceite de almendras.



Eso era todo, solo restaba echar el jabón al molde y ponerlo a resguardo las próximas cuarenta y ocho horas, tiempo en el que me invitaría, al ritual de cortarlos y trasladarlos para su curación. Eso era en el sótano, pequeño pero reluciente, de paredes encaladas, el piso y el techo eran de madera. De un lado las conservas, del otro, jabones, solo los de baño, ya que para el lavado de ropa, eran procesados con calor, por lo que solo los dejaba en la galería unos días aireándose.

apuntes 4



Y otra vez la magia. Entrar allí, ese día lluvioso, oscuro, y ver a mi abuela más sonriente, transformada, con su eterno delantal de cocina color azul, trapeando los estantes, el escritorio, los pisos. Yo, con la mirada fija en un solo objeto: el viejo, pesado, enorme y feo mueble, esperando ansiosa que mi abuela abra esas cadenas y libere los aromas de los frascos, tarros y cajones. ¡Al fin! Me dice, ahora muy seria: "ahora, vamos a hacer jabones".
Enciende más luces, y observo sobre una mesa, cientos de cascaritas de nuez, ese pellejito que cubre el fruto, que me mancha los dedos cuando los coloco en el mortero para machacar. La abuela va a hacer, jabón de nogal, para Telva, que tiene problemas de piel, lo que llamamos dermatitis.

Sigo releyendo las hojas amarillas del cuaderno, algunas tachaduras en las tareas de cada día, porque claro, a veces no era tan fácil designar entre los hijos mayorcitos quién haría tal o cual cosa. En los varones recaían los mandados y la huerta, en las niñas ayudar en la limpieza, y todos debían ir por la mañana a la escuela.
La abuela a las cinco de la mañana, ya estaba lavando la ropa, a las seis y media, el abuelo al trabajo, a las siete y media el desayuno y los niños a la escuela. Entonces, ella se convertía en reina.
Más de tres horas pasaba la abuela, solita en el caforchi, haciendo aceites, jabones, secando hierbas...

Cuando esa tarde me anunció que haríamos jabones, mi felicidad fue total. Hacer jabones significaba, y aquí va lo que el cuaderno dice:

"No olvidarme, de ponerme los guantes, el pañuelo en la boca y en la cabeza y abrir las ventanas.

En la caja grande está la manzanilla seca, voy usar el aceite de romero y el extracto de ruda.
Poner la olla con el agua a calentar..."

Y siguen las explicaciones y la receta. Pero ahora estamos en el caforchi con la abuela.
Cuando abre las puertas de su mueble, lo hace lentamente, está cerrado con cadenas y candados. Por supuesto, siguió con la costumbre aún cuando sus hijos crecieron y se marcharon, a pesar de que jamás permitía que entraran allí de pequeños, había que tomar muchas precauciones para evitar cualquier accidente ya que allí también se guardaba la soda cáustica.
Olvidé contarles que detrás de este salón, había una galería, con un modesto y tímido parral que daba sus buenos frutos, pero también servía de secadero de hierbas, ¿podrán imaginar el aroma? En tiempos de la lavanda, era maravilloso, y como en el huerto había tanta variedad de plantas aromáticas, ¡era realmente como estar en un mundo de ensueño! y no quiero olvidarme de la gigantesca glicina, trepada a un resignado sauce, en primavera el perfume era embriagador.
Y entonces la abuela saca del mueble ollas de barro, cuencos, cucharas, trapos, frascos, cajas, bolsitas de algodón con flores secas, hilos... ella sabe que a mi me gusta ver todo eso, así que coloca unas gotas que huelen a violetas, tras mis orejas y en la frente, sonríe, abre cajas repletas de jabones para la ropa, los mira, los cuenta... "uno, dos, tres, nueve... falta uno... ah... se lo di a Carmela..."
Son los preparativos, previos, al comienzo de la tarea. Se coloca los anteojos, frunce la nariz, lo huele todo. Heredé también ese gesto, oler y fruncir la nariz con deleite...

apuntes parte 3


Hoy libré de los polvos algunos de los cuadernos, los de la adolescencia de mi abuela, eran simples resmas de papel encolado... luego mi abuelo, los rescató y los encuadernó, por eso todos son diferentes en tamaño, color y formas. Aquí van algunos, perdonen, pero al tomar la fotografía, las lágrimas no me permitieron hurgar más allá de la superficie del viejo baúl, y apenas pude sacar de ese arcón que descansa a los pies de mi cama, tres cuadernos y una caja, la que mi abuela fabricó la navidad del 60 para regalar jabones y una toalla bordada con sus iniciales a mi abuelo, con una tarjeta, que ya les mostraré (me contaba mi abuela, que el abuelo, siempre dejaba sus huellas de tinta en todas partes, él escribía mucho, y se ensuciaba las manos, además de trabajar en una imprenta).
(Foto) Esa pequeña cajita, tiene dentro una fragancia casera de violetas, su composición es todavía un misterio para mí, pero cierra herméticamente, por lo que aún desprende un suave aroma.
El cuaderno abierto muestra en sus últimas páginas, retenido en el tiempo, un ramillete de lavanda, (con su historia) es lo que quedó, luego de más de 40 años perfumando el papel, ya no huele a lavanda, la planta que conocemos, sino que adquirió un nuevo aroma, ese que exhalan los años cuando salen de la prisión de los recuerdos. Seguro les gustaría ver el interior...


Y si contarles todo esto, ayuda a que ustedes también recuerden y se emocionen, mejor aún.
El mundo de los abuelos, siempre me pareció mágico, creo que estas épocas eso se fue perdiendo.
Por ejemplo, mi abuelo paterno era mágico, simplemente, porque no lo conocí, solo a través de mi padre, sé que se fugó de Portugal siendo un jovencito, y aquí se casó, trabajó y transmitió su cultura.
Mi abuelo materno, italiano, lo tuve hasta mis 23 años, yo ya estaba casada, pero el vínculo entre nosotros era mágico. Él escribía poesías, vivía encerrado un una habitación mágica (entiéndase que así lo veía en la infancia, y hoy en el recuerdo)
Y ahora recuerdo algo, en uno de los cuadernos de la abuela, ella escribió extensas actividades del día, era seguramente otoño (rara vez detallaba fechas) pero supongo que esa sería la estación de entonces, ya que hablaba de días lluviosos y la recolección de nueces, eso aquí lo hacemos en marzo y abril.

"No olvidar pasar a buscar las bolsas para guardar las nueces a lo de Ceferino. Que vaya Jorge.
Hoy le toca a Susanita y Dora cosechar, a Juan pelar las nueces.
Limpiar el "caforchi" para preparar los aceites."

El "caforchi", llamada así por mi abuelo, era esa habitación mágica e increíble. Era un lugar muy espacioso, estaba como escondido, simulado tras las puertas de un placard, tenía a ambos lados extensos ventanales, otra puerta que salía al huerto, y al fondo muchos estantes de madera pintada de blanco. Allí estaba la vieja radio, y sobre un mueble muy pesado, de enormes puertas cerradas con cadenas, una urna con los restos de mi bisabuela paterna. Solo entraban con permiso allí, mis abuelos... y yo. Nadie más. ¿Entienden por qué era mágico?
Durante las tardes lo ocupaba el abuelo, tenía un pequeño escritorio, sobre él su máquina de escribir y muchos tarros de tinta, y por supuesto montañas de papeles. En los estantes libros. Cuando estaba con él, dejaba de escribir y me hablaba, me aconsejaba que cumpla con mi sueño de ser escritora, o terminaría como él, publicando en diarios locales anónimamente...
Pero, volvamos al cuaderno de la abuela, porque ese día había escrito también:

"Cocino hoy, tallarines con mejillones."
Los mejillones los traía mi tío el mayor...
Ese día, la enorme mesa del comedor, se llenaba de fideos recién amasados. El tuco era rojo y fragante. Comíamos a las 12 hs. exactamente, éramos más de veinte entre parientes y algún vecinito. A las 14 hs. Cada uno a sus tareas, ya estaba todo limpio.
¡A limpiar el caforchi!

Apuntes parte 2...



Tengo un baúl, antiguo, con él viajaron en barco mis bisabuelos desde España, ya que sus padres, (padres de mi bisabuela que aún vivía en Galicia con su esposo y mi abuela muy pequeña) habían adquiridolo tierras en el norte de Argentina, y les pidieron que vengan a reunirse con ellos)
He restaurado el baúl, y si bien por dentro es de madera, increíblemente jamás encuentro allí vestigios de humedad.
Hay 21 cuadernos guardados allí, junto a objetos que pertenecieron a mi abuela y bisabuelos, ella fue hija única, y siempre guardó todo... lo mismo que mi madre, y ahora yo.
En cuanto a los secretitos, en realidad son anotaciones de "correcciones" en sus recetas, por ejemplo, qué hacer si el color verde se puso marrón, en fin, qué hierba utilizar para obtener un lindo verde...
Era fanática del jabón de castilla, siempre utilizó el aceite de oliva, y el agregado de hierbas y ac. e. Todo muy, muy natural.
Usaba, desde tomate, romero... hasta ajo...pino... vides, hacía todas las anotaciones de sus "experimentos", si les parece bien, puedo ir transcribiendo esas páginas de sus cuadernos, me emociona la idea de compartir eso con ustedes, a ella le hubiera encantado y tal vez a ustedes les sirva.


Hoy es un día gris, han notado seguro el cambio climático, pues en esta parte del mundo se acerca el verano, y despedimos una extraña primavera, días muy fríos, luego alzas bruscas de temperatura, oscilaciones entre 7 grados a 35 grados en apenas 24 horas...
No fue lo ideal para jabonear, por ejemplo, los jabones líquidos que elaboré, no han sido de los mejores.
Quiero contarles algo, respecto a la elaboración de aceites, por supuesto que en los albores de la década del 50, tengan en cuenta esto e intenten situarse por aquellos inviernos.
Elegí un cuaderno de mi abuela al azahar. Es de tapa gris y hojas amarillentas. En la primer página dice (escrito de puño y letra por la abuela)Lo que he notado (aunque aún no leí todos los cuadernos) es que cuando escribía sus recetas, parecía que anotaba hasta sus dudas, errores y pensamientos, tal vez porque como mucho de nosotros, no tenía con quien compartir en realidad su pasión por los jabones, así que para ella escribir, era como contar lo que hacía a un ser invisible e imaginario que entendía lo que ella estaba haciendo.

“lista del mandado.
3 latas de aceite de oliva. 1 bolsa de sosa cáustica molida. 1 rama de vainilla. 1 lata de bicarbonato. ya mandé a Ernesto.
No olvidarme de desenterrar el botellón antes del 23 de mayo."

Y sigue una lista de tareas a realizar en el huerto. Pero me detengo en esto que tal vez a ustedes también llamó la atención. "desenterrar el botellón".
En las siguientes páginas de este cuaderno, dedicado casi exclusivamente a las anotaciones referidas, a la elaboración de aceites, encuentro la receta del aceite de laurel. Esta es, la transcribo tal cual la ha escrito la abuela:

“1 litro de aceite puro de girasol. 2 tazones de pepitas de laurel que deben estar bien maduras y pasadas por mortero.
Ahora coloco las pepitas machacadas hasta que den asco, en el botellón y luego hecho el aceite, lo he tapado con corcho y laca. A que lo he enterrado en el huerto durante 21 días. Luego lo he desenterrado, colado muy bien el aceite con la malla y al botellón. Y vuelta otra vez a la tierra por 1 mes. Desenterrar. Y pasar el aceite a otro botellón lavado con jugo de limón y bien seco. Tapo con corcho y guardarlo en lugar oscuro."

Así explicaba los paso a paso la abuela, en una especie de "tutorías" muy particular. Después, escribía sobre un gusano que se estaba comiendo sus membrillos y a los que exterminó preparando una jabonada con tabaco de pipa. Seguramente la madre de la receta para matar pulgones de la rosa.
Otros aceites, de romero, tomillo, manzanilla, con sus anotaciones específicas de para qué era cada uno. Una hermosa curiosidad, ella con sus 10 hijos y un marido que cuidar, preparaba primorosamente un jabón diferente ¡para cada uno de ellos! pues eran alérgicos unos, de piel grasa o seca otros... y a mi abuelo, recuerdo el jabón para afeitar, era azul, con fuerte olor a lavanda. El de ella era con fragancia a violetas, aroma que amaba, lástima que yo nunca pude hacerlo, ese era el aroma de mi abuela, en sus cabellos violetas, en sus manos, esa fragancia a limpio, a sol, a huerto...
Besos a todos, y gracias por comprenderme y querer compartir conmigo esto.

Primeros apuntes...


Mi bisabuela española, dejó sus recetas y secretitos sobre la elaboración de jabones. Me regaló uno, que data de 1950 aproximadamente, está muy seco, pero aún tiene ese aroma a ropa limpia, si el sol tuviera perfume, creo que sería este que desprende apenas ese pedacito de reliquia, si uno lo humedece. Guardo muchas, muchísimas, como le dicen por España, "pucheros" ¿verdad?, viejas ollas de hierro, teteras, jarras... objetos antiguos con tanta historia, que parecen murmurar y exhalar suspiros cuando les quito el polvo.


Lo que quiero contarles, es que aquí nadie comprende lo que hoy hago con tanto placer. Ni siquiera mi familia, que me observa "resignada", pasar horas en el huerto, o entre botellas y frascos, o... revolviendo los aceites con entusiasmo.
Cultivo hierbas y árboles medicinales, elaboro los aceites que utilizo, me encantaría poder compartir con ustedes esta afición, ya que en mi entorno, nadie más la tiene.
¿Estaré un poquito loca?
Mi abuela, vivía con sus padres y abuelos, todos españoles, en una estancia al norte de mi país.
Ella desde chica observaba como se hacía el jabón. Me contaba que una vez al mes, una señora encargada de la limpieza, en una enorme olla, derretía primero grasa, sebo, luego, esa grasa era hervida junto a la soda cáustica, un día entero le llevaba a esta mujer, elaborar los jabones. Eran muy rústicos, pero tenían olor a limpio. Se usaba para la ropa y también para el baño.
Como sus abuelos, (gallegos) se dedicaban a la elaboración de aceite de oliva, su mamá (mi bisabuela)
Utilizaba el ac. de oliva para suavizar el jabón.
Cuando ella fue mayorcita, comenzó a experimentar también con la oliva, siguió los consejos de su mamá, y utilizó hierbas para perfumarlo, manzanilla, romero, tomillo, tilo y hasta la cáscara de la nuez. Estudió pupila en una escuela de monjas, en esos años, las señoritas aprendían a realizar las tareas de "la casa", ella en vez de especializarse en costura, tejido o cocina, decidió dedicarse los jabones...
Escribía sus recetas. El primer jabón que hizo, fue el de Castilla, de aceite puro de oliva.
4 y medio litros de agua, 4 y medio litros de aceite de oliva virgen, 1 Kg. de sosa. Al final medio litro de ac. de almendras puro. Una taza de infusión de hierbas fuerte. (A veces de yerba mate)
En el internado, las monjas la dejaron a cargo de la "fábrica de jabones", allí había un muy surtido huerto y árboles medicinales, esto era en la propia capital, Buenos Aires.
A los 17 años se casó, abandonó el convento, pero siguió con la pasión por los jabones.
Escribió muchos cuadernos que heredé, hace solo 9 años que se fue, a los 80 años de edad.
Descubrí que también es mi pasión, apenas el año pasado.
La base de mis jabones es la misma, nunca experimenté con variedad de aceites.
Los ac. yo los agrego al final de la preparación, pues me parece que conservan mejor así sus propiedades.
Salvo el tipo alepo, que utilizo también el de laurel.
Mi abuela casi siempre adoptaba el proceso en caliente, pues le gustaba que en pocos días pudiera ser usado el jabón. Tal vez por ello se ve tan lindo el que me dejó, aunque esa pastilla pesaba unos 300 gramos y hoy se redujeron a 60.

Poseo algunas ollas de hierro que son herencia de mi abuela, las uso para hacer refundidos de jabón, y un viejo mortero de madera, era de la abuela de mi esposo (gallega) y con ella machaco el fruto de laurel para realizar el aceite. Como ven, me encanta combinar lo antiguo con la elaboración de los jabones. En otra ocasión les mostraré mi cocina de campo, convertida en el refugio para experimentar con los aceites y lejía...

Los secretos de la abuela... ¿si se los cuento, dejarían de ser secretos?