recuerdos

Todo lo aquí expuesto, son los recuerdos vistos con ojos de la infancia. Las imágenes son solo ilustrativas, salvo las que lleven algún tipo de especificación. Deseo que este blog, sirva para evocar también vuestros recuerdos... si así fuera, dejen su comentario y compartámoslo. Gracias.

apuntes 4



Y otra vez la magia. Entrar allí, ese día lluvioso, oscuro, y ver a mi abuela más sonriente, transformada, con su eterno delantal de cocina color azul, trapeando los estantes, el escritorio, los pisos. Yo, con la mirada fija en un solo objeto: el viejo, pesado, enorme y feo mueble, esperando ansiosa que mi abuela abra esas cadenas y libere los aromas de los frascos, tarros y cajones. ¡Al fin! Me dice, ahora muy seria: "ahora, vamos a hacer jabones".
Enciende más luces, y observo sobre una mesa, cientos de cascaritas de nuez, ese pellejito que cubre el fruto, que me mancha los dedos cuando los coloco en el mortero para machacar. La abuela va a hacer, jabón de nogal, para Telva, que tiene problemas de piel, lo que llamamos dermatitis.

Sigo releyendo las hojas amarillas del cuaderno, algunas tachaduras en las tareas de cada día, porque claro, a veces no era tan fácil designar entre los hijos mayorcitos quién haría tal o cual cosa. En los varones recaían los mandados y la huerta, en las niñas ayudar en la limpieza, y todos debían ir por la mañana a la escuela.
La abuela a las cinco de la mañana, ya estaba lavando la ropa, a las seis y media, el abuelo al trabajo, a las siete y media el desayuno y los niños a la escuela. Entonces, ella se convertía en reina.
Más de tres horas pasaba la abuela, solita en el caforchi, haciendo aceites, jabones, secando hierbas...

Cuando esa tarde me anunció que haríamos jabones, mi felicidad fue total. Hacer jabones significaba, y aquí va lo que el cuaderno dice:

"No olvidarme, de ponerme los guantes, el pañuelo en la boca y en la cabeza y abrir las ventanas.

En la caja grande está la manzanilla seca, voy usar el aceite de romero y el extracto de ruda.
Poner la olla con el agua a calentar..."

Y siguen las explicaciones y la receta. Pero ahora estamos en el caforchi con la abuela.
Cuando abre las puertas de su mueble, lo hace lentamente, está cerrado con cadenas y candados. Por supuesto, siguió con la costumbre aún cuando sus hijos crecieron y se marcharon, a pesar de que jamás permitía que entraran allí de pequeños, había que tomar muchas precauciones para evitar cualquier accidente ya que allí también se guardaba la soda cáustica.
Olvidé contarles que detrás de este salón, había una galería, con un modesto y tímido parral que daba sus buenos frutos, pero también servía de secadero de hierbas, ¿podrán imaginar el aroma? En tiempos de la lavanda, era maravilloso, y como en el huerto había tanta variedad de plantas aromáticas, ¡era realmente como estar en un mundo de ensueño! y no quiero olvidarme de la gigantesca glicina, trepada a un resignado sauce, en primavera el perfume era embriagador.
Y entonces la abuela saca del mueble ollas de barro, cuencos, cucharas, trapos, frascos, cajas, bolsitas de algodón con flores secas, hilos... ella sabe que a mi me gusta ver todo eso, así que coloca unas gotas que huelen a violetas, tras mis orejas y en la frente, sonríe, abre cajas repletas de jabones para la ropa, los mira, los cuenta... "uno, dos, tres, nueve... falta uno... ah... se lo di a Carmela..."
Son los preparativos, previos, al comienzo de la tarea. Se coloca los anteojos, frunce la nariz, lo huele todo. Heredé también ese gesto, oler y fruncir la nariz con deleite...

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